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Balada para un caballo por J. Pimentel

Una preciosa balada, escrita por Jorge Pimentel, quien nos habla de la libertad del caballo y nos sirve para reflexionar un poco sobre las cosas que hacemos los humanos...

Jorge Pimentel
BALADA PARA UN CABALLO

Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan.
Por esencia me siento un completo animal,
un caballo salvaje que trota por la ciudad alocadamente sudoroso
que va pensando muy triste en ti muy dulce en ti,
mis cascos dan contra el cemento de las calles,
troto y todo el mundo trata de cercarme,
me lanzan piedras y me lanzan sogas por el cuello,
sogas por las patas, me tienden toda clase de trampas,
en un laberinto endemoniado
donde los hombres arman expediciones
para darme caza armados de perros policías y con linternas,
y cuando esto sucede mis venas se hinchan
y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada por los hombres,
vuelo en el viento y vuelo en el polvo.

Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo y vuelo.
Mis extremidades delanteras ejercen presión sobre las traseras
y paralelamente y a un mismo ritmo
antes de asentarse en el polvo retumban en la tierra.
Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad,
me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso
el que se ondea y es una música y es un torbellino
de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo.
Atrás van quedando millares de kilómetros y sigo libre.
Libre en estos bosques dormidos
que despierto con el sonido de mis cascos.
Piso la mala hierba y riego mis orines calientes,
hirviendo en una como especie de arenilla.
Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos,
muerdo hierba tallos, rumio.
Mis mandíbulas se ejercitan.
Muevo mi larga cola espantando a los mosquitos.
Los guardacaballos vigilan desde la copa de los árboles.
Caen las hojas secas.
Los días se suceden y suelo dar suaves galopes hacia la vida.
En invierno los senderos se hacen tortuosos;
el fango todo lo invade.
Para el frío utilizo cabañas abandonadas,
cuevas en los cerros que me resguarden de las tormentas.
Yo observo la lluvia desde mi cueva.
Cae la lluvia y todo lo moja.
Con este tiempo suelo galopar poco, cuidándome de un desgarramiento.
Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos de los ríos
para pensar muy dulce en ti muy triste en ti
y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua
que llegó a correr en pareja conmigo.
A veces los niños que vagan sueltos por las campiñas
mientras sus padres realizan tareas de recolección o labranza
me montan a pelo y solemos recorrer ciertas distancias,
ganando los años, aumentándolos.
De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.
En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría
y los habitantes de los bosques y campos
suelen saludarme con el sombrero y con la mano.
Yo les contesto con un relincho parándome en dos patas.
Y con la luz solar que todo lo invade suelo dar galopes hacia la vida.
Allí donde mi presencia es esperada me hago realidad.
Allí donde ni un sueño se revela me hago realidad
me hago realidad en esos ojos que están cansados
de ver las mismas cosas.
Y es en verano cuando la vida se enciende
y mis cascos recogen la hermosura de la tarde
y asciendo a las cumbres donde diviso
extensiones de mar de cielo de tierra.
Mi figura domina la naturaleza.
Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.
Cae la noche. Mi sombra se recobra. Las ramas crujen.
Y por un instante pensé muy triste en ti muy dulce en ti.
Cae la noche en estos bosques,
pareciera que la tierra se difunde con la noche
se propaga se manifiesta.
Y toda la noche he ido creciendo.
Y crecía y crecía aún más aún más
¿hasta dónde crecerás?
¿No tienes miedo?
No, contesté. Soy libre.
El día, el nuevo día como algo fresco se anuncia solo.
Por esta época del año suelen cruzar manadas
de caballos ahuyentados y en busca de nuevos campos.
Recuerdo que logré darles alcance y me contaron
que lograron salvarse de una cacería emprendida
contra ellos para mandarlos a vivir a un potrero
y que luego de ser sometidos al cubo de agua
y a la alfalfa son obligados en los hipódromos
a correr distancias de 1,000, 2,500, 5,000 mts.
y no eres libre de correr sino que te dopan
te colocan descargas eléctricas, te manosean,
te latigan con una fusta despellejándote.
Y así durante un buen tiempo
mientras ves acumuladas alforjas de oro y plata.
Hasta que llegue el momento de ser sometido a la reproducción
arrinconándote a una yegua
a la vista y paciencia de todos,
sin intimidad en una mañana de tinieblas y poca luz
y luego te separarán de tu yegua y potranco
y pasarás tus años inmisericorde como padrillo viejo
y cuando te manques te dispararán un balazo en la sien.
Ya  había galopado un buen trecho con la manada
que huía despavorida y me dijeron que probablemente
para el invierno pasarían por aquí para ir más al norte.
Y se alejaron a la carrera.
Yo sabía lo que le sucede a un caballo en la ciudad.
Y por ello me mantengo alejado de ella.
Pero a veces me interno y sucede lo que tiene que suceder.
Pero si yo me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un medio donde la civilización se mata
y permanecen odios, prefiero ser caballo.
Mojaré la tierra con mis orines calientes hirviendo
con estas ganas inmensas de vivir
y me uniré a las manadas para galopar hacia la vida,
para mantenernos unidos y vencer, para no estar solos,
para volvernos verdes-azules-amarillos anaranjados-rojos
y trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin límites.
Seré libre así y al menos mis guardacaballos
cuidarán de mí y de mi yegua y de mi potranco.

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